sábado, 9 de noviembre de 2013

viernes, 8 de noviembre de 2013

"Sé feliz " le dijo, mientras aguantaba las lágrimas.


Un beso a escondidas.


Casi siempre comprendemos tarde lo que nunca comprendimos a tiempo.


Ese " sólo bromeaba " que oculta sentimientos.


No creía en el amor a primera vista Hasta que me vi en el espejo.


LOS ESPEJOS DE MARTA.

Dos días después de la ruptura definitiva con su novio, tras un prolongadísimo ro-mance platónico, de más de doce años, Marta se miró en el espejo y sólo vio su propia be-lleza rodeada de un entorno difuso, casi inexistente. El dolor no se reflejaba. Sus cabellos lacios, oscuros, caían con elegancia, salvo dos mechones que cubrían parcialmente uno de sus ojos, claros, bien contorneados pero sin brillo, sólo con tristeza lastimada.
Giró su cabeza en busca de algo, sin saber qué, pues había imaginado que una sombra fría se acercaba para abrazarla. No había nadie, nada se movía, sólo silencio y la luz encendida del baño. El calor aumentaba y una ligera sudoración apareció sobre su ros-tro tan suave, tan rosado y ella se refrescó con el agua que fluía sin cesar. Repitió la mira-da y se renovó la visión de un medio cuerpo.  Se notó hermosa, bien proporcionada, con buen porte, pechos armoniosos, cuello distinguido, boca equilibrada y sabrosa, cabellos que ocultaban las orejas con gracia femenina. Pudo contemplar los contornos que afirma-ban su presencia atractiva. Quiso sonreír y no pudo. Quiso ver más allá y tampoco lo logró ya que un desasosiego, con movimientos inseguros, caminaba muy cerca del corazón memorioso y la futura sonrisa se transformó en una única lágrima.
Cerró la puerta y apagó la luz antes de caer, sin fuerzas, sobre la cama en donde, unos minutos antes, había llorado.
Hacía veintisiete años que respiraba, que vivía y ya dos días que le costaba ser. La confusión, tras el adiós de su amor, no la abandonaba. Había anidado en su cuerpo, en su mente. Todo se negaba a existir, nada le interesaba. Sólo quería descubrir las extrañas sensaciones invasoras, inexistentes cuando compartía su vida con él.
Sola, alejada de su familia, por una vieja imposición de su pareja, a unas semanas de la ruptura, muy descompuesta y desolada fue a una consulta médica y con pastillas en los bolsillos regresó a la cama, regresó al espejo. La hermosura externa permanecía intac-ta, también su figura seductora y juvenil. Se sabía propietaria de una lindeza indeleble y con una suave mueca de sus labios perfectos, Marta murmuró entre dientes: “Sólo hermo-sa por fuera”.
Internada en el principal hospital de la ciudad, los profesionales estudiaban con ahínco y sorpresa tal enfermedad ausente de manifestaciones en la piel de ese cuerpo tan apuesto. Análisis y estudios se repetían, diagnósticos, remedios y tratamientos cambiaban y se alternaban. La preciosidad visible se mantenía y el deterioro interno se agravaba mientras Marta pedía a las enfermeras un espejo. No se conformaba con lo que ese trozo de vidrio le devolvía, ella necesitaba conocer en detalle su dolor, sus desequilibrios. Ese espejo no bastaba, no servía y pedía otro.
Un día, ya casi agonizante, pero bonita como siempre, balbuceó sin energía: “Her-nán”. Un médico le preguntó quien era y con esfuerzo, bien cerca de aquellos, labios llenos de vida y de alegría, escuchó: “mi amor”.
Lo buscaron: estaba de viaje, regresaría en unos pocos días más. Esperaron y pro-metieron a la bella mujer, que alguien, pronto, la visitaría. Ella, incrédula, se miraba en es-pejos, buscaba sus angustias, sus tormentos..
Llegó él. Se miraron. Él la abrazó y ella, sin fuerzas, apenas sonrió al ver que en uno de los espejos se reflejaba su corazón vacío. También notó que su delicado rostro, se afeaba, que sus cabellos se ensortijaban y que en sus ojos amanecía la muerte.

LA ESTRELLA DIMINUTA.

Había una vez  en una galaxia muy lejana, una pequeña y simpática estrellita, a la que encantaba descubrir el mundo que la rodeaba. Un buen día, a pesar de las advertencias de sus padres, decidió salir a explorar por su cuenta, ese precioso planeta de color azul que veía desde su morada. Tan emocionada estaba por su visión, que no tomó ninguna referencia para volver a casa.

Resignada a su suerte, decidió inspeccionar detenidamente el planeta e intentar disfrutar todo lo posible de su aventura. Allí, dado su gran brillo, todos la tomaron por una extraña luciérnaga, a la que deseaban atrapar. Volando todo lo rápido que pudo, se encontró con una gran sábana,  tras la que se ocultó. Al ver que la sábana se movía sola, la gente creyó que se trataba de un fantasma, huyendo del lugar. Tan divertida escena, sirvió a la estrella para olvidarse que estaba perdida y divertirse de lo lindo.

Una diversión, que se terminó, cuando fue a visitar al dragón de la montaña e intento asustarle con su disfraz. Lo que no sabía, es que el dragón no le tenía miedo a nada y que su osadía, la iba a llevar a las llamas que salían de la boca del animal.

Pasado este mal trago, dio con la solución para conseguir encontrar el camino de vuelta: cuando llego la noche, se subió en una gran piedra y comenzó a lanzar señales luminosas al cielo. Tras un rato intentándolo, sus padres descubrieron su familiar brillo y la ayudaron a volver a casa.

EL EMBUSTERO.

Había una vez, un hombre muy enfermo y sin recursos, que desesperado se comprometió a sacrificar la cantidad de cien bueyes a los dioses, si estos le ayudaban a curarse completamente.   Los dioses, a los que siempre les gusta probar a los mortales, decidieron ayudarle y comprobar si era cierto lo que el hombre decía.   Recuperado...

A veces: Me gustaría saber si alguien sonríe al escuchar mi nombre.


sábado, 7 de septiembre de 2013

domingo, 1 de septiembre de 2013

Las hormigas

En un lugar muy lejano, los gemelos David y Andrés, junto a toda su familia, celebraban las maravillosas notas con las que había concluido sus estudios uno de sus primos mayores. Terminado el festejo, los mayores y los niños, se  fueron distribuyendo por los diferentes lugares de la casa.
Mientras los adultos charlaban animadamente, los niños correteaban felices por el jardín, jugando a sus juegos favoritos. De repente, uno de los pequeños, se paró a observar a una enorme fila de hormigas, que transportaban sobre su diminuto cuerpecito, pequeñas cantidades de comida.
Al ver la rapidez de sus movimientos, agarró una para verla mejor y sin mediar palabra, intento pisotearla. Afortunadamente para la hormiga, la madre de David y Andrés, se dio cuenta de sus intenciones y  le detuvo antes de que pudiera pisarla.
Ante su cara de desconcierto le dijo:
-¿Es qué no ves que las hormigas están trabajando para reunir comida para pasar el invierno? Deja de molestarlas, pues no van a hacerte daño, y aprender de ellas, puesto que son uno de los animales más trabajadores y fuertes que existen en la naturaleza.
Arrepentido por la mala acción que iba a cometer, prometió junto a los demás niños protegerlas y proporcionarles el alimento que tanto necesitaban.

Un buen beso.


El labrador y las grullas

Hace muchos años, unas majestuosas grullas dedicaban todos sus esfuerzos a remover la tierra, que había recibido hace poco tiempo, los tiernos granos de trigo. Unos granos, que amenazaban con desaparecer totalmente, si el labrador que tan afanosamente los  había plantado, no ponía remedio.
Tras barajar muchas soluciones, comenzó a usar una honda vacía, para intentar  espantar a esas dañinas grullas, que parecían estar dispuestas a terminar con todas sus semillas. Una solución, con la que consiguió espantarlas por un largo período de tiempo. Desgraciadamente para él, los astutos los pájaros se dieron cuenta del engaño y volvieron a sus tierras, para continuar comiéndose el trigo.
Desesperado ante la pérdida de gran parte de su cosecha, el labrador tomó la drástica decisión de cargar su honda con grandes piedras, para golpear a los malvados pájaros y darles un buen escarmiento. Viendo las grullas, el tamaño de los proyectiles y temiendo que alguno de ellos pudiera destruir su hermoso plumaje, alzaron el vuelo y nunca más volvieron a pasar por las tierras del labrador.
Moraleja: si es imposible que nuestras palabras den a entender lo que queremos transmitir a los demás, es necesario que realicemos alguna acción que las haga entender.

La zorra y el chivo en el pozo

Había una vez una zorra, que por descuido, dio con sus pobres huesos en el fondo de un profundo pozo, del que por más que lo intentaba, le era imposible salir.

Afortunadamente para ella, al poco rato, apareció un joven e inocente chivo, con la intención de saciar su sed. Cuando vio a la zorra en el fondo del pozo, quiso conocer cual era la calidad del agua que iba a beber. La zorra le dijo, que era el mejor agua que había probado nunca y que para que pudiera comprobarlo mejor, era necesario que bajará hasta el fondo.

Haciendo caso a las palabras de la zorra, bajó hasta donde ella se encontraba y tras beber el agua que necesitaba, se dio cuenta que era imposible salir de allí por sí mismo.

No te preocupes-dijo la zorra- conozco una manera de salir de este pozo. Para conseguirlo, debes dejarme que yo trepe por tu cuerpo y cuando esté arriba, yo te ayudaré a salir de aquí.

Creyendo en las palabras de la zorra, el chivo se prestó a ello. Desgraciadamente para él, cuando la zorra se vio libre de su desgracia, comenzó a alejarse del lugar.

Dándose cuenta el chivo de que no pensaba ayudarle, dijo:

- Zorra mentirosa, ¿por qué te alejas sin darme la ayuda que habías prometido?

- Oye chivo, si fueras tan listo como cabellos tiene tu barba, no te hubieras lanzado al pozo sin conocer de antemano si ibas a poder salir.

Moralejaantes de prometer alguna cosa, piensa en si vas a poder hacerlo por ti mismo, sin tener en cuenta la opinión de los demás.

La cigarra y la hormiga

Había una vez, una alegre y despreocupada cigarra, a la que le encantaba pasar el verano cantando, sin pensar en nada más. En el lado contrario, se encontraba su vecina, una trabajadora hormiga, que tan solo vivía para trabajar y recolectar comida.

Cansada de ver a la hormiga trabajar, la cigarra le dijo:

-Querida hormiguita ¿Por qué trabajas sin descansar un momento? Siéntate conmigo un rato y disfruta del verano.

-Cigarra imprudente, más te valdría dejar tu pereza a un lado y empezar a acumular comida para el largo invierno que se avecina.

Una advertencia,  que la cigarra se tomó a broma y a la que no hizo el menor caso.

Cuando el invierno, hizo acto de presencia, la cigarra se encontró con que nada había previsto para calentarse, ni alimentarse durante esta gélida estación. Muerta de hambre y de frío, recordó a aquella pequeña hormiguita, que siempre pasaba por su casa, cargada de comida, a la que decidió pedir ayuda, para aliviar su penosa situación.

-Pequeña hormiguita, tu que tanta comida tienes guardada desde el verano ¿podrías darme algo para que mi estómago deje de rugir?

-Me gustaría ayudarte cigarra, pero ¿no te reías de mí, mientras trabajaba en el verano? ¿Qué te impedía imitarme?

- Cantar y disfrutar del verano.

-Pues en lugar de hacer tanto el vago, mejor te hubiera valido dedicar un poco de tu tiempo a guardar para el invierno.

Tras decir estas palabras, cerró la puerta de un portazo, dejando a la cigarra, lamentándose por su mala conducta.

La estrella diminuta

Había una vez  en una galaxia muy lejana, una pequeña y simpática estrellita, a la que encantaba descubrir el mundo que la rodeaba. Un buen día, a pesar de las advertencias de sus padres, decidió salir a explorar por su cuenta, ese precioso planeta de color azul que veía desde su morada. Tan emocionada estaba por su visión, que no tomó ninguna referencia para volver a casa.

Resignada a su suerte, decidió inspeccionar detenidamente el planeta e intentar disfrutar todo lo posible de su aventura. Allí, dado su gran brillo, todos la tomaron por una extraña luciérnaga, a la que deseaban atrapar. Volando todo lo rápido que pudo, se encontró con una gran sábana,  tras la que se ocultó. Al ver que la sábana se movía sola, la gente creyó que se trataba de un fantasma, huyendo del lugar. Tan divertida escena, sirvió a la estrella para olvidarse que estaba perdida y divertirse de lo lindo.

Una diversión, que se terminó, cuando fue a visitar al dragón de la montaña e intento asustarle con su disfraz. Lo que no sabía, es que el dragón no le tenía miedo a nada y que su osadía, la iba a llevar a las llamas que salían de la boca del animal.

Pasado este mal trago, dio con la solución para conseguir encontrar el camino de vuelta: cuando llego la noche, se subió en una gran piedra y comenzó a lanzar señales luminosas al cielo. Tras un rato intentándolo, sus padres descubrieron su familiar brillo y la ayudaron a volver a casa.

El burrito descontento

Había una vez, en un frío día de invierno, un Burrito al que tanto la estación, como la comida que su dueño le daba, desagradaban profundamente. Cansado de comer insípida y seca paja, anhelaba con todas sus fuerzas, la llegada de la primavera para poder comer la hierba fresca que crecía en el prado.

Entre suspiros y deseos, llegó la tan esperada primavera para el Burrito, en la que poco pudo disfrutar de la hierba, ya que su dueño comenzó a segarla y recolectarla para alimentar a sus animales. ¿Quién cargo con ella? El risueño burro, al que tanto trabajo hizo comenzar a odiar la primavera y esperar con ansia al verano.

Pero, el verano tampoco mejoró su suerte, ya que le tocó cargar con las mieses y los frutos de la cosecha hasta casa, sudando terriblemente y abrasando su piel con el sol. Algo que le hizo volver a contar los días para la llegada del otoño, que esperaba que fuera más relajado.

Llegó al fin el otoño y con él, mucho más trabajo para el Burrito, ya que en esta época del año, toca recolectar la uva y otros muchos frutos del huerto, que tuvo que cargar sin descanso hasta su hogar.

Cuando por fin llegó el invierno, descubrió que era la mejor estación del año, puesto que no debía trabajar y podía comer y dormir tanto como quisieran, sin que nadie le molestara. Así fue, como recordando lo tonto que había sido, se dio cuenta de que para ser feliz, tan solo es necesario conformarse con lo que uno tiene.

El embustero

Había una vez, un hombre muy enfermo y sin recursos, que desesperado se comprometió a sacrificar la cantidad de cien bueyes a los dioses, si estos le ayudaban a curarse completamente.

Los dioses, a los que siempre les gusta probar a los mortales, decidieron ayudarle y comprobar si era cierto lo que el hombre decía.

Recuperado por completo de sus dolencias y al no tener los animales, ni el suficiente dinero para darles la ofrenda prometida a sus benefactores, fabricó cien bueyes de sebo y los llevó al templo para que fueran sacrificados.

-Oh Dioses, aquí tenéis lo que os había prometido.

Al verse engañados, trazaron un plan para darle una buena lección a este hombre tan embustero. Mientras dormía, se introdujeron en uno de sus sueños, mostrándole una gran bolsa con mil monedad de plata en una playa cercana.

Extasiado ante esa enorme fortuna, se despertó inmediatamente, dirigiéndose todo lo rápido que pudo hasta la playa. Allí, no solo no encontró ninguna bolsa, sino que además fue capturado por unos piratas, que lo vendieron como esclavo en la ciudad más cercana, obteniendo por su venta mil monedas de plata.

Moraleja: aquel que engaña a la personas, siempre acaba siendo engañado.

El labrador y sus hijos

Tras muchos años de duro trabajo, un  viejo labrador, comenzó a notar que sus fuerzas iban mermando cada vez más. Como no quería que sus tierras fueran abandonadas tras su muerte, trazó un plan, para que sus hijos aprendieran a cuidarlas, sin darse cuenta.

Cuando  tuvo todo apunto, les llamó hasta su presencia y les anunció:

-Queridos hijos míos, siento que mi fin se está acercando; id a la viña que con tanto amor llevo cultivando todos estos años y buscad aquello que escondí para cuando llegara este día.

Pensando que se trataba de un enorme tesoro, corrieron  raudos y veloces al lugar que su padre les había indicado. Allí, cavaron y cavaron durante horas, hasta que no quedaba ni un solo centímetro de tierra sin remover.

A pesar de su empeño y del esfuerzo realizado, no encontraron nada que mereciera la pena vender. Apesadumbrados por el engaño de su padre, se marcharon a su casa, sin sospechar el verdadero propósito de su progenitor.

Meses después, cuando uno de los hermano pasaba por allí, descubrió que todo su trabajo no había sido en balde, ya que la viña estaba llena de apetitosos frutos, con los que pudieron enriquecerse.

Moraleja: El mejor de los tesoros, es el que se consigue con nuestro propio esfuerzo.

Y entonces te vi.